El costo del fraude en las organizaciones.
Damián Ferrero-Wenger – Abogado - Asesor Legal Sanatorio Mapaci, S.A./ Mapaci Laboral.S.A
Gran parte de la economía de las organizaciones se desperdicia o pierde por obra del fraude.
En líneas generales podríamos decir que la posición de las organizaciones frente al fraude, refleja que sólo pueda esperarse que la ocurrencia siga incrementándose. Aún más allá de los alarmantes niveles que se pueden verificar en la actualidad.
Veamos el por qué de esta situación.
El fraude precisa de ciertos factores, reconocidos por la práctica y teoría en la materia: presión, racionalización y oportunidad.
Presión: son aquellas circunstancias que influyen en el ánimo del defraudador, y estimulan su accionar hasta llevarlo a ejecutar conductas fraudulentas. Necesidades financieras, problemas personales de naturaleza económica, ambiciones desmedidas, por citar algunos ejemplos.
Racionalización: implica que el defraudador encuentra razones para justificar su conducta (victimización, resentimiento, merecimiento)
Oportunidad: diversos estudios realizados en la materia advierten que la gran mayoría de las personas, dadas ciertas circunstancias (oportunidades), cometerían fraude. Ello pese a que tales personas, en condiciones “normales”, probablemente deban (o puedan) ser consideradas como honestas. Es decir que estamos descartando a los “deshonestos”, o sea quienes no aprovechan la oportunidad, sino que la buscan, o la crean.
Las organizaciones pueden planificar y ejecutar acciones tendientes a neutralizar o morigerar los efectos nocivos de la presencia de los tres factores -anteriormente muy resumidamente explicados-, con múltiples herramientas, diversa intensidad y disímil efectividad.
Presión y racionalización poseen componentes externos muy altos, en ciertos casos completamente ajenos a las organizaciones.
La oportunidad -de los tres factores vistos- es sobre el cual las organizaciones pueden y deberían trabajar. Es el campo en el que las organizaciones pueden evitar justamente el “oportunismo”. Dependiendo la industria, cada una posee un “esquema de fraude” que le es propio.
En una compañía de seguros pueden ser reclamos sobrevalorados, cooptación entre partes; reclamos judiciales fraudulentos; en salud pueden ser sobre prestaciones, o prestaciones que no corresponden; en empresas de logística, en el Estado, costos inexistentes o inventados; en toda clase de empresa u organizaciones, internamente pueden existir situaciones de contrataciones perjudiciales, o conflictos de intereses; información fraguada. La lista sigue, se ramifica, y se “especializa” por actividad.
Malversación, desvío y apropiación de activos, corrupción, fraude financiero, fraude legal, y muchos otros, surgen y se potencian debido a la inexistencia o nulos procesos antifraude específicos, esto es, no meramente controles de auditoria interna de legalidad objetiva (formal), sino concreta observación y análisis con el radar puesto en detectar fraudes, presentes por todas partes, entendiendo por fraude a aquellas conductas potencial o ciertamente perjudiciales para la organización.
Concretamente, la respuesta a la pregunta del título puede darse a partir de la observación de la realidad y, con más precisión aun, a partir de diversos informes realizados por firmas internacionales y organizaciones de combate al fraude, que estiman en no menos del 5% del producido bruto de la totalidad de las actividades económicas.
Existen estadísticas realizadas bajo metodologías de absoluta fiabilidad científica, que permiten afirmar que gran parte de la economía de las organizaciones se desperdicia o pierde por obra del fraude.
El Costo del Fraude en las Organizaciones, así medido, representa en muchos casos más que la media de las utilidades de las empresas con fines de lucro, y un desvío gigantesco de fondos, en el caso de organizaciones sin fines de lucro y públicas.
Conclusiones independientes merecen el abordaje y análisis de los efectos en términos éticos y sociales.