Neurociencias Miércoles 09 de Febrero

El cuidado de la salud mental durante la pandemia

Lic. Bruno Casiello. Psicólogo. Profesor de la Universidad Católica de Santa Fe (sede Rosario).

Estrés, adaptación, vacunas y Covid

Imaginemos una manada de cebras apacentándose tranquilamente bajo el furioso sol de la sabana africana. Súbitamente, una de ellas levanta la cabeza y mueve sus orejas con nerviosismo. Al instante, las demás hacen el mismo gesto y, de improviso, todas comienzan a correr desaforadamente.


Es que han percibido la presencia de una coalición de leones en las cercanías. Corren, huyen, escapan hasta que advierten que el peligro se ha alejado, o que algún miembro de la manada ha sido alcanzado, por lo que los depredadores han dado por finalizada la cacería.


La escena siguiente es, otra vez, la manada apacentándose tranquilamente bajo el furioso sol de la sabana africana. Las cebras han sufrido un terrible estrés durante la huida. El cortisol ha inundado sus físicos y ha ayudado a esforzar la musculatura al límite de sus posibilidades. Estaban tranquilas, ha aparecido una amenaza, han huido de ella. Vuelven a estar tranquilas.


Ante la eventualidad de que los leones repitan el ataque, ninguna considera atinado continuar corriendo hasta que el corazón estalle. Ni dejar de comer para mantenerse en guardia por si acaso. Tampoco buscan un escondite para quedarse ahí hasta morir de hambre para evitar ser devoradas.


Cuando vuelva la amenaza y solamente entonces, volverán a correr; mientras tanto, comerán tranquilamente.


El estrés: una herramienta de la naturaleza


Es el profesor Robert M. Sapolsky en su libro titulado “¿Por qué las cebras no tienen úlcera?” quien nos enseña el contraste entre la conducta animal y la humana y el uso que unos y otros damos a esa maravillosa herramienta de la naturaleza llamada estrés.


Sabemos que el estrés no debe prolongarse en el tiempo, pues sus consecuencias, si perduran, son nocivas para la salud y pueden debilitar, entre otras cosas, nuestro sistema inmune.


Pero nuestra mente (a diferencia de las cebras) tiene la capacidad de recordar el pasado y de anticiparse al futuro, de imaginar un escenario posible, aunque generalmente improbable. La imaginación nos lleva a re-vivir o a pre-vivir situaciones pasadas o futuras como actuales. Recordamos y anticipamos, y generalmente... lo peor. 


¿Cuál ha sido el efecto de la pandemia en relación al estrés y la salud física y psicológica de la población?


En primer lugar, digamos que se ha hablado mucho sobre las consecuencias del virus sobre nuestro cuerpo, pero sustancialmente menos se ha comentado sobre qué ocurre con la salud mental de las personas cuando se ven expuestas durante tanto tiempo a un estresor tan grande.


El extraordinario neurocientífico Antonio Damasio, en su célebre obra “El error de Descartes”, ya nos anticipó, sometiendo su estudio al método científico, sobre el absurdo de querer separar mente y cuerpo.


Durante meses, de manera continua y persistente, se nos ha sometido a información contradictoria, imprecisa y confusa. En muchos casos, terriblemente irresponsable.


Es verdad que la amenaza es real y actual; pocas veces en la historia la humanidad se enfrentó ante un desafío de este género. Pero la respuesta ante esta circunstancia ha sido tan nefasta como el problema: “Hagamos que la gente viva angustiada y, en consecuencia, estresada”.


El mundo científico ha aprendido mucho de esta terrible experiencia mundial. Debemos, también, aprovechar lo experimentado en lo relativo a las formas y contenidos de comunicación para no volver a cometer los mismos errores, una y otra vez, mientras dure la pandemia y para el futuro.


Debemos encontrar la manera de que la respuesta esperada guarde proporción con la amenaza, a fin de no provocar más estrés que el estrictamente necesario.


No podemos, por ejemplo, repetir que es necesario tomar con “urgencia” una “tercera dosis” (bajo la espada de Damocles de muerte propia o de un familiar o amigo) y a la vez no poner a disposición dicha dosis. Y créase o no, bajo esta presión he escuchado decir que, en realidad, lo ideal sería tomar una cuarta.


“Dos días” antes de las fiestas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó no reunirse con la familia. ¿Realmente alguien puede suponer que la información así manejada colabora en algo a resolver el problema? ¿No se considera que la forma en que nuestro sistema inmune se deteriora frente al estrés nos deja indefensos al momento de enfrentarnos al mismo virus que pretendemos vencer?


Estas líneas en ningún caso son una invitación a no tomar los recaudos necesarios ni a subestimar los peligros del patógeno que circula. Sino más bien una reflexión para que nos pensemos como un todo bio-psico-social (como lo dice la OMS) y espiritual (el agregado es mío), y que ninguna de esas esferas puede ser descuidada. Pues, como dijo Damasio, no hay tal división.


Entre tantos errores cometidos ante la sorpresiva aparición de esta pandemia se han descuidado estos aspectos de la salud. Aprendamos de estas falencias tanto como hemos aprendido de otros aspectos del mismo fenómeno. Sepamos que esto todavía no terminó y aprovechemos la experiencia que tenemos hasta ahora.


Por el momento mi consejo sería: “Si hay que vacunarse, cuando le llegue el turno, vacúnese. Use barbijo y apague el televisor”. La angustia no combate al COVID.

 

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