El amor y su revés
Juan Cruz Pistilli. Psicólogo, Psicoanalista.
Para el psicoanálisis el amor corresponde al ámbito de la ilusión en el sentido que no amamos en el otro alguna cualidad objetiva, sino que es un eco de nuestro deseo
El amor se funda en una falta. La persona amada revestida por la fantasía inconsciente, suple esa carencia estructural. Así se forja una travesía tenaz, que conlleva riesgo, belleza, brío, malestar y valor.
Si recorremos la biografía de cualquier hijo de vecino observamos que, en general, abundan las cobardías. Pero es de acentuar que en cualquier existencia nos topamos también con muchos corajes, y uno de ellos es la audacia extravagante del amor, un acto de valentía.
Es que el amor tiene sus componentes aciagos y desestabilizantes, nos introduce en un andarivel de vacilación y desconcierto, lo dice claramente J. L. Borges en el poema; “El amenazado” donde el amor y sus hordas lo cercan y también lo enajenan (Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
"El amor se comporta como lo hace Dios, ambos se entregan sólo a su servidor más valiente.” Carl Gustav Jung
Cuando se ama, el amado ocupa un lugar sublime, ideal, situando al que ama en un lugar vulnerable y frágil.
Freud definía el enamoramiento como una suerte de estado patológico donde el otro es exaltado a un rango que no se condice con el principio de realidad. Una especie de lunático, como se lo distingue popularmente.
Para el psicoanálisis el amor corresponde al ámbito de la ilusión en el sentido que no amamos en el otro alguna cualidad objetiva, sino que es un eco de nuestro deseo. Amamos en tanto le suponemos al otro algo consustancial a nuestro deseo, la elección amorosa está sujeta a determinaciones inconscientes.
Pero ocurre que en el ámbito de la clínica, nos topamos con existencias baldías, seres sin amor, impermeables a ese embrujo, incapaces de abrazar amorosamente a alguien. Corazones secos por un itinerario poblado por tempranas experiencias de odio y desamparo.
Ese territorio del desamor, que poética y exactamente refleja Enrique Cadícamo:
“Turbio fondeadero donde van a recalar,
barcos que en el muelle para siempre han de quedar...
Sombras que se alargan en la noche del dolor;
náufragos del mundo que han perdido el corazón...
Puentes y cordajes donde el viento viene a aullar,
barcos carboneros que jamás han de zarpar...
Torvo cementerio de las naves que al morir,
sueñan sin embargo que hacia el mar han de partir...”
En la hora del desamor o cuando el amor es malogrado y sobreviene el desastre una y otra vez, como inexorable destino.
Ahí, si hurgamos en el orden inconsciente, si pesquisamos en las lógicas de la repetición, advertimos que invariablemente conducen a la desdicha, o como ante cada tentativa, ante cada proyecto de amor, se retrocede espantado, habituándose a las formulas de una obstinada soledad doliente.
Amar es la asunción de que algo nos falta, buscar la completud en otro.
En esto tiempos de vértigo y liquidez, de relaciones aguachentadas; no sabemos cuál será el porvenir del amor. Cuál será la manera de expresarse en la feral tendencia de convertirlo todo en producto de supermercado, de relacionarse con los otros de modo maquinal y contable, donde el otro es un ser instrumentalizable. Donde se aplastan y atrofian los sentimientos transformándolos en cosas de consumo.
Es por eso que el amor es también un acto político, una tentativa libertaria e insurrecta, un atrevimiento.
Frente al desamparo de la existencia, el amor es un recurso feliz, mediante el cual se edifica un sentido, se interrumpe la perspectiva meramente narcisistica, fundando la posibilidad de engendrar al otro.
Una invención que con cierta eficacia nos guarece de todo aquello que nos depara, lo que, sin rigor, pero con tierna incapacidad, apelotonamos bajo la vaga designación de existencia