El estornudo es político
Juan Cruz Pistilli. Psicólogo, Psicoanalista.
Cuando la peste se haya ido, sobrevendrá una feroz disputa sobre el sentido de lo acontecido.
Decía Borges que la mañana ofrecía la ilusión de que algo empieza. Podemos ser solidarios con ese pensamiento y decir que en cada lugar de la existencia “el rey está desnudo”. Entre muchos velos corridos, uno es la ilusión de estabilidad. Lo que llamamos nuestra vida, sin sentir sospecha, ridiculez o extrañeza, ahora se desliza en un piso enjabonado. Una mañana nos topamos con un mundo que urde su trama, indiferente a nuestra voluntad y nuestro deseo. La ardua tarea de entender tropieza con lo absurdo, lo disparatado, el caos.
Agente Smith: … “Quisiera compartir una revelación que he tenido durante el tiempo que he estado aquí. Me llegó cuando traté de clasificar tu especie; me di cuenta que realmente ustedes no son mamíferos. Cada mamífero en este planeta desarrolla instintivamente un equilibrio natural con el ambiente que lo rodea, pero los seres humanos no.
Los humanos se trasladan a un área, y se multiplican, y multiplican, hasta consumir cada recurso natural. La única forma de sobrevivir es instalarse en otra área. Existe otro organismo en este planeta que sigue ese patrón: el virus. Los seres humanos son una enfermedad, un cáncer para este planeta, una plaga”… Mientras lo tortura, el agente Smith participa a su atormentado Morfeo (uno de los líderes de la resistencia), de sus elucubraciones. El dialogo corresponde a la película The Matrix.
De pronto, la inútil costumbre de errar maniacamente se ve afectada. La excitación planetaria merma considerablemente. Ocurre el desastre (sin astro, etimológicamente), el norte de las brújulas se trastorna, velozmente las “zanahorias” que perseguíamos frenéticamente pierden consistencia. Crece la incertidumbre y un trasegar atolondrado y con mapas obsoletos. Es lo que hay.
La peste no ataca perceptible y nítida, blandiendo un machete o una pistola, aunque combate contra los cuerpos de los hombres, procede difusa, silenciosa e incierta; el peligro no puede situarse en el rostro de un inmigrante pobre, un negro, un judío. El otro portador del mal.
¿Es otro miedo? ¿Es el del hombre antiguo frente al mamut o el trueno? ¿Frente a esta entidad virósica nace otro miedo?
Se me ocurre que el hombre primitivo, cazador recolector, se procuraba su sustento y contaba aún con tiempo para holgazanear y jugar con sus hijos, para contemplar el fuego o afilar voluptuosamente alguna piedra, que su temor era acotado a circunstancias específicas ante el merodeo de un depredador o señales climáticas perniciosas o cosas así. Pero pensemos en la existencia actual, el miedo encaramado en cada segundo de existencia. Pensemos en un obrero textil, por ejemplo, cumpliendo jornadas de 12 horas, precarizado, llegando a una casa alquilada y diminuta, cargando un miedo infame a no poder pagar cuentas, a perder el trabajo, a la violencia callejera, etc.… No se trata del: “todo pasado fue mejor”, en una especie de goce nostalgioso, sino pensar el miedo actual y su articulación política, o como insumo privilegiado en el diseño de subjetividad, dócil, apolítica, ahistorica y fragmentada.
Este acecho, este mal, es íntimo, puede ser tu padre, tu amante, tu compañero de trabajo, uno mismo. Velozmente se levantan los dispositivos profilácticos, aislamientos, estados de excepción, tecnologías sofisticadas…
La angustia crece y con ella la maquinaria de respuestas precipitadas y narcotizantes, (ante la imposibilidad del consumo atolondrado que pretende estrangular la angustia, dado el confinamiento) surgen como sapos en la lluvia; el recetario autoayudista, los facundomanesistas, y todos los bolsones de paliativos destinados a evadir el desconcierto de haber sido extraídos del itinerario ordinario de vivir. Donde las referencias habituales que ordenaban cada asunto humano fueron destituidas.
LA PESTE, ¿NOS IGUALA?
Es consabido que a la hora del naufragio los botes escasean. Se habla mucho sobre como la peste nos iguala. Pero no es lo mismo cursarla en ámbitos amplios, con dinero disponible, Netflix y el psicólogo online, a estar hacinado, vivir al día en el andarivel informal de la economía, esperando la asistencia del Estado. Y si intentamos diferenciar las voces de sus ecos, también es bueno recalcar las diferencias entre un Estado como el que gestiona Bolsonaro en una deriva temeraria, un Estado como el gestionado por Macri, de recortes y precarización, sobre todo en salud, a un Estado como el que gestiona Fernandez; con pretensiones inclusivas y la tentativa palpable de vertebrar el desmejorado sistema de salud.
Cuando la peste se haya ido, sobrevendrá una feroz disputa sobre el sentido de lo acontecido. Pero, ¿quiénes son los dueños de las fábricas de signos? ¿Cuál es la correlación de fuerzas entre el capitalismo financiero y los estados nación? La epidemia trae consigo la mejor versión de lo humano y deja distinguir también lo peor, pululan los actos dignos y los despreciables. Estos contienden en el corazón de los hombres. Es fácil caer en la tentación de pensar la película Matrix y asociar el virus a lo reprochable del ser humano. Pero no. La idea es otra, pensemos en los estados nación y el capital financiero. Huésped y virus. Elegimos la palabra desastre para dar cuenta de lo que ocurre. Entonces, enfatizando su etimología: ¿Cuál será el nuevo astro a seguir? ¿Qué nuevas “zanahorias” se urdirán? ¿Cuál será la requisitoria para adscribir a la nueva moral? ¿Qué tributo deberemos rendir a la nueva norma, para contarnos entre los cuerdos? En fin, ¿qué nueva fe deberemos honrar o a que nuevo delirio colectivo nos deberemos afiliar?
Frente a las estructuras coercitivas que se robustecen, qué libertades vamos a exigir o custodiar: ¿La libertad de dominar el control remoto del televisor? ¿La libertad de circular en el shopping? ¿La libertad de comprar felicidad en la góndola del súper?¿Qué nuevos “espontaneismos, sentidos comunes , repentismos u ocurrencias” nos deparara el nuevo futuro?
No se me escapa que queda inacentuado un desarrollo sobre otra libertad, no como guarida sino como búsqueda incesante. Pero será para otro escrito.
Con respecto a la película citada, discrepo con el agente Smith; reconozco las similitudes señaladas, como la capacidad dañina o el empeño vital. Pero el virus no es estúpido, ni soberbio o amoroso o dulcísimo.