Matarse de hambre
Juan Cruz Pistilli. Psicólogo, Psicoanalista.
¿Qué hace que algunas personas se aventuren a un itinerario riesgoso y antivital?
Extremidades escuálidas, cintura mínima, énfasis en vertebras, crestas iliacas y omóplatos. Costillas visibles afirmadas a la piel, rostros de ángulos afinadísimos y de una palidez disimulada tras el maquillaje o el bronceado.
Las revistas, la televisión o las redes sociales ofrecen imágenes de estampas cadavéricas, histriónicas y descoyuntas que absorbemos entre la pasividad y la celebración, valorando esa danza de temperamento anoréxico como superación, pompa y bienestar.
Legiones de publicistas, nutricionistas, cirujanos plásticos, laboratorios especializados, medios de comunicación, productores de moda, agencias de modelos, empresarios textiles, centros estéticos, etc., colaboran en la invención de un cuerpo raquítico.
“La locura en el individuo es algo raro, en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, es la regla.”
Se urde así la industria de esta “belleza”, cuyo ideal de emaciación radical, asedia y permea de manera brutal la subjetividad adolescente y femenina de forma preponderante.
Los requerimientos de una moda desquiciada, la fragua de un imperativo despiadado; la delgadez extrema, recuerda aquel aforismo Nietzscheano: “La locura en el individuo es algo raro, en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, es la regla.”.
De esta trama resulta la delirante cruzada contra la grasa, la celulitis y la flaccidez. Se edifica una obsesión que suprime o reduce la ingesta de alimentos para situarse en el ideal mortífero. El cuerpo es sometido a medicamentos, rigurosas dietas, ejercicios intemperantes e intervenciones quirúrgicas.
Si el espejo borgiano resultaba abominable porque multiplicaba el numero de los hombres, la abominación del espejo anoréxico es la multiplicación de la grosura entre la piel y los huesos.
Cada cultura urde sus tramas sintomáticas y la anorexia no es ajena a este momento histórico. Si bien aparecen registros desde hace siglos, en la actualidad es muy frecuente. Pero abordar los desórdenes alimenticios solo desde el paradigma social, es una renuncia que desdeña la complejidad del asunto.
Cuando llegan al consultorio los pacientes con esta sintomatología, intentamos elucidar qué dramática singular, qué elementos determinaron que se abandonen a ese destrato. ¿Qué hace que algunas personas se aventuren a un itinerario riesgoso y antivital?
Es consabido que quien no come; se canibaliza. Una tenacidad contraria a la vida anega todo lo que palpita y florece. Que empiece a despuntar el orden del deseo frente a esa desmesura es el desafío, una tentativa emancipadora. Porque lo humano crece en la fértil humedad de las palabras.