Psiquiatría Martes 26 de Setiembre

Una medicina más humana es una medicina más inmune

Mario Litmanovich - Psiquiatra

Los profesionales del arte de curar deberían responsabilizarse de sus discursos y evitar todo aquello que atemorice a quienes tratan

He leído en los últimos años intentos que pretender llevar nuestra medicina a situaciones de mayor “humanidad” rescatando los valores del acompañamiento, calidez, escucha y comprensión de la situación de sufrimiento de quien padece.

Aspiración embebida en un contexto de marcada velocidad y gran indiferencia frente al dolor ajeno.

Pese a eso, hoy quiero plantear un paso más al intentar que se comprenda que una medicina más humana es una medicina más inmune.

Es necesario restablecer los puentes rotos que existen entre la mente y nuestro cuerpo, para lo que habrá que trasladar esto al campo de la ciencia, lo que implica una supra comprensión paradigmática, ya que permanecen increíbles bloqueos, como si no se pudiera pensar de esta manera.

Hay miles de experiencias cotidianas que ligan lo que nos ocurre en la vida diaria y nuestro cuerpo, por tomar alguno de ellos citaré la muerte que suele sobrevenir en ocasión de un asalto, etc, etc. No es éste el tiempo o espacio para referirme a estos ejemplos

El afecto puede curar habiendo un correlato químico específico para las situaciones donde la palabra, el sentimiento y los pensamientos de quien tiene la noble tarea de “curar”, intervienen, traspasando los umbrales de lo conocido.

La cura no es mágica sino de base química, pobremente tabulada y no investigada.

El poder de la palabra

El afecto, la palabra, también puede matar y hay miles de experiencias cotidianas que lo prueban. También hay un correlato químico específico para estas situaciones.

Hace falta un salto de lo humano a lo inmune…..empezar a pensar que nuestra gestualidad y acción subjetiva (pensamientos, sentimientos y creencias) no es inocua, que los sentimientos que tenemos o las palabras que pronunciamos tienen efecto sobre quienes estamos tratando.

Y esto pertenece al campo de la ciencia y no solo al “de la espiritualidad”. A veces suelo pensar que se muere más de miedo que de enfermedades, frente a lo cual sugiero a los profesionales del arte de curar que se responsabilicen de sus discursos y eviten en lo posible todo aquello que atemorice a quienes tratan.

Porque sus palabras suelen obrar con la fuerza y precisión de un bisturí provocando heridas sin restitución.

Estas experiencias no pertenecen a un orden mágico solo es trabajar con lo no visible, o solo visible en sus efectos y consecuencias.

Tenemos a partir de esta clase de mirada una gran responsabilidad a asumir, y no tenemos derecho alguno a decir lo que se nos ocurra en nombre de “la verdad”. Ya que es mucho lo que desconocemos de la evolución de lo que nos ocurre y viene a mí un recuerdo que un prestigioso profesional me preguntaba en ocasión de una charla: “¿Por qué las mismas enfermedades tienen distinta evolución?” Es que nos hemos acostumbrado a pensar más en las enfermedades que en quien las padece.

Hago una breve referencia a que algunos valores morales con los que nos manejamos pueden resultar perniciosos justamente por no evaluar sus efectos en la biología. Un hombre en silencio es alguien medido y en paz o alguien que calla por sometimiento y candidato a padecer en su cuerpo en la medida de su tenso silencio.

En general hemos de reconsiderar los valores que sostenemos como principios, sobre todo partir de sus efectos. Por ejemplo la tolerancia, hasta cuándo, hasta cuánto; esto lo hemos de medir por las señales de nuestro cuerpo más que discutir si es bueno o malo tenerla.

Cerrando este encuentro trataremos de ir uniendo el valor de nuestra palabra, ya que ejercida desde cierto poder tiene el don de matar o curar.

 


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